jueves, 28 marzo 2024
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«Mister Blue Sky», la historia de un niño hospitalizado

  • Día del niño Hospitalizado

El 13 de mayo es la fecha que se eligió para celebrar el Día del Niño Hospitalizado porque este mismo día del año 1986 el Parlamento Europeo emitió la resolución de la Carta de los Derechos del Niño Hospitalizado. Se trata de una jornada de homenaje a los menores ingresados y a aquellos que hacen que su estancia en el centro hospitalario sea lo más llevadera posible porque, sin duda, es una experiencia que marca y forja tu vida de muchas formas, una de ellas querer de adulto ser pediatra o médico en este caso que exponemos en el siguiente artículo de Roberto Hurtado, médico internista en el Hospital Vega Baja y escritor, que precisamente en su libro “Los que piensan en la nada” refleja muy bien esta vivencia teniendo como protagonista a un niño hospitalizado.

«Mister Blue Sky» por Roberto Hurtado 

Hay ocasiones en la vida que quedan grabadas a fuego dentro de la mente. Esas vivencias hacen de ti lo que posteriormente serás —para bien o para mal—. La experiencia que un niño puede tener en los albores de la vida marca ese destino. Gran parte de mi niñez la asocio y la acompaño a estancias hospitalarias, largas en el tiempo. Han quedado como recuerdos estancados en mi memoria, también para bien o para mal: largas noches de hospital contemplando una cálida luz blanca que iluminaba la habitación de madrugada, el ruido de las camillas llevando a los niños a diferentes pruebas a primera hora de la mañana y las lágrimas que nos brotaban de los ojos al despedir a nuestras madres cuando se acababa el horario de visita.

El pediatra «entraba en la habitación y con él todo se volvía cálido, iluminado y jovial»

Sin embargo, todas las mañanas mantenía una esperanza que, poco a poco, me hizo comprender que siempre existe un rayo de ilusión al comenzar un nuevo día: a partir de las 9:30 de la mañana pasaba mi pediatra. Recuerdo que era joven —probablemente un residente de primer año— alto, moreno, corpulento. Se llamaba Antonio y su acento delataba que venía de tierras andaluzas. Entraba en la habitación y con él todo se volvía cálido, iluminado y jovial. Recuerdo que la visita la hacía junto a una enfermera y un médico adjunto mayor, mientras que los otros dos contemplaban la carpeta de la historia clínica y comentaban en voz alta si había tenido fiebre o cualquier cosa así, Antonio me miraba a los ojos. Y, como si el resto de las cosas no importaran, siempre me preguntaba lo mismo:

—¿Cómo va tú sonrisa?. ¿Ya la tienes preparada para mí?

Nunca supe qué contestar, porque a mis cinco años poco tiempo había tenido para ensayar una respuesta adecuada. Sin embargo, siempre conseguía que esa sonrisa surgiera de mi cara de forma espontánea.

Al rato de hacer la visita, Antonio se acercaba otra vez a nuestra habitación llevando de la mano un radio cassette. Lo conectaba al enchufe y ponía una cinta de la Electric Light Orchestra y nos hacía escuchar “Mister Blue Sky”. Por aquella época no sabía nada de inglés, pero la sintonía ya me hacía sentir mucho más cerca de salir del hospital que cualquier tratamiento. Antonio sonreía y cantaba la canción en voz alta, haciéndonos bailar encima de la cama. A través de las ventanas solo veía la lluvia caer, mientras nuestros cuerpos bailaban al son de la música. Cuando acababa, Antonio sin mediar palabra, recogía la radio y se marchaba más contento que unas pascuas.

Creo que aquello fue lo más cercano a sentirme feliz en aquel tiempo. Tampoco hacia falta mucho más. Lo que hacía Antonio me llenaba más a nivel emocional que todas las terapias a las que tuviera que ser sometido. Al día siguiente, aunque la visita no duraba más de cinco minutos, esperaba ansiosamente volver a verle apareciendo para preguntarme cómo iba mi sonrisa y para poner “Mister Blue Sky” cuando nadie miraba ni escuchaba.

No volví a ver a aquel pediatra nunca más, han pasado ya casi cuarenta años e imagino que debe estar jubilado, pero dejó tal impronta en mí, que tiempo después mis padres me recordaban una frase que había borrado de mi mente y que, sin embargo, se grabó en mi subconsciente; cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, siempre contestaba lo mismo:

— Quiero ser pediatra, para sacar la sonrisa que llevan los niños enfermos dentro.

Supongo que ese tipo de cosas son las que se graban muy dentro de ti y, entiendo que sin saberlo, Antonio aportó un pequeño trozo a la persona que soy ahora y que, también sin adivinarlo, contribuyó a que me dedicara a esta hermosa profesión, aunque no sea pediatra. Aquel galeno me dejó un gran mensaje que intento transmitir desde entonces y que sirve para muchas cosas: la empatía forma parte básica de la relación entre el médico y el paciente.

Ahora cuando escucho aquella canción, pienso en Antonio el pediatra y recuerdo siempre que “En la ciudad ha dejado de llover y un hermoso nuevo día se abre ante nosotros” y eso le digo siempre a los pacientes cuando se van de alta: que piensen en el futuro que se abre en su camino, siempre puede dejar de llover.

 

Roberto Hurtado

Médico Especialista en Medicina Interna

Hospital Vega Baja

Autor de  «Los que piensan en la nada» y «Cartas a Liz»

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