jueves, 18 abril 2024
Cultura y SociedadOrihuela

Poemas de Miguel Hernández en el 80 aniversario de su muerte

Repasamos algunos de los poemas más conocidos

El próximo 28 de marzo se cumplirán 80 años de la muerte del poeta oriolano Miguel Hernández. La conmemoración de esta fecha viene repleta de actividades culturales entorno a la vida y obra de este gran poeta universal. Miguel Hernández nos dejó un relevante legado con profundos poemas como los que recordamos a continuación.

Elegía

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se

me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,

con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento,

a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo

voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas

de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irá a cada lado

disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

Nanas de la cebolla

La cebolla es escarcha

cerrada y pobre:

escarcha de tus días

y de mis noches.

Hambre y cebolla:

hielo negro y escarcha

grande y redonda.

En la cuna del hambre

mi niño estaba.

Con sangre de cebolla

se amamantaba.

Pero tu sangre

escarchaba de azúcar,

cebolla y hambre.

Una mujer morena,

resuelta en luna,

se derrama hilo a hilo

sobre la cuna.

Ríete, niño,

que te tragas la luna

cuando es preciso.

Alondra de mi casa,

ríete mucho.

Es tu risa en los ojos

la luz del mundo.

Ríete tanto

que en el alma, al oírte,

bata el espacio.

Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.

Boca que vuela,

corazón que en tus labios

relampaguea.

Es tu risa la espada

más victoriosa.

Vencedor de las flores

y las alondras.

Rival del sol,

porvenir de mis huesos

y de mi amor.

La carne aleteante,

súbito el párpado,

y el niño como nunca

coloreado.

¡Cuánto jilguero

se remonta, aletea,

desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.

Nunca despiertes.

Triste llevo la boca.

Ríete siempre.

Siempre en la cuna,

defendiendo la risa

pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,

tan extendido,

que tu carne parece

cielo cernido.

¡Si yo pudiera

remontarme al origen

de tu carrera!

Al octavo mes ríes

con cinco azahares.

Con cinco diminutas

ferocidades.

Con cinco dientes

como cinco jazmines

adolescentes.

Frontera de los besos

serán mañana,

cuando en la dentadura

sientas un arma.

Sientas un fuego

correr dientes abajo

buscando el centro.

Vuela niño en la doble

luna del pecho.

Él, triste de cebolla.

Tú, satisfecho.

No te derrumbes.

No sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.

Menos tu vientre

Menos tu vientre,

todo es confuso.

Menos tu vientre,

todo es futuro

fugaz, pasado

baldío, turbio.

Menos tu vientre,

todo es oculto.

Menos tu vientre,

todo inseguro,

todo postrero,

polvo sin mundo.

Menos tu vientre,

todo es oscuro.

Menos tu vientre

claro y profundo.

Las cárceles

I

Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,

van por la tenebrosa vía de los juzgados:

buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,

lo absorben, se lo tragan.

No se ve, que se escucha la pena de metal,

el sollozo del hierro que atropellan y escupen:

el llanto de la espada puesta sobre los jueces

de cemento fangoso.

Allí, bajo la cárcel, la fábrica del llanto,

el telar de la lágrima que no ha de ser estéril,

el casco de los odios y de las esperanzas,

fabrican, tejen, hunden.

Cuando están las perdices más roncas y acopladas,

y el azul amoroso de las fuerzas expansivas,

un hombre hace memoria de la luz, de la tierra,

húmedamente negro.

Se da contra las piedras la libertad, el día,

el paso galopante de un hombre, la cabeza,

la boca con espuma, con decisión de espuma,

la libertad, un hombre.

Un hombre que cosecha y arroja todo el viento

desde su corazón donde crece un plumaje:

un hombre que es el mismo dentro de cada frío,

de cada calabozo.

Un hombre que ha soñado con las aguas del mar,

y destroza sus alas como un rayo amarrado,

y estremece las rejas, y se clava los dientes

en los dientes del trueno.

II

Aquí no se pelea por un buey desmayado,

sino por un caballo que ve pudrir sus crines,

y siente sus galopes debajo de los cascos

pudrirse airadamente.

Limpiad el salivazo que lleva en la mejilla,

y desencadenad el corazón del mundo,

y detened las fauces de las voraces cárceles

donde el sol retrocede.

La libertad se pudre desplumada en la lengua

de quienes son sus siervos más que sus poseedores.

Romped esas cadenas, y las otras que escucho

detrás de esos esclavos.

Esos que sólo buscan abandonar su cárcel,

su rincón, su cadena, no la de los demás.

Y en cuanto lo consiguen, descienden pluma a pluma,

enmohecen, se arrastran.

Son los encadenados por siempre desde siempre.

Ser libre es una cosa que sólo un hombre sabe:

sólo el hombre que advierto dentro de esa mazmorra

como si yo estuviera.

Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.

Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.

Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias:

no le atarás el alma.

Cadenas, sí: cadenas de sangre necesita.

Hierros venenosos, cálidos, sanguíneos eslabones,

nudos que no rechacen a los nudos siguientes

humanamente atados.

Un hombre aguarda dentro de un pozo sin remedio,

tenso, conmocionado, con la oreja aplicada.

Porque un pueblo ha gritado, ¡libertad!, vuela el cielo.

Y las cárceles vuelan.

Niño yuntero

Carne de yugo, ha nacido

más humillado que bello,

con el cuello perseguido

por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,

a los golpes destinado,

de una tierra descontenta

y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo

de vacas, trae a la vida

un alma color de olivo

vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza

a morir de punta a punta

levantando la corteza

de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente

la vida como una guerra

y a dar fatigosamente

en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,

y ya sabe que el sudor

es una corona grave

de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja

masculinamente serio,

se unge de lluvia y se alhaja

de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,

y a fuerza de sol, bruñido,

con una ambición de muerte

despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es

más raíz, menos criatura,

que escucha bajo sus pies

la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde

en la tierra lentamente

para que la tierra inunde

de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento

como una grandiosa espina,

y su vivir ceniciento

resuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,

y devorar un mendrugo,

y declarar con los ojos

que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,

y su vida en la garganta,

y sufro viendo el barbecho

tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo

menor que un grano de avena?

¿De dónde saldrá el martillo

verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón

de los hombres jornaleros,

que antes de ser hombres son

y han sido niños yunteros.

Para la libertad

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.

Para la libertad, mis ojos y mis manos,

como un árbol carnal, generoso y cautivo,

doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones

que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,

y entro en los hospitales, y entro en los algodones

como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos

de los que han revolcado su estatua por el lodo.

Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,

de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,

ella pondrá dos piedras de futura mirada

y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan

en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño

reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.

Porque soy como el árbol talado, que retoño:

porque aún tengo la vida.

Vientos del pueblo me llevan

Vientos del pueblo me llevan,

vientos del pueblo me arrastran,

me esparcen el corazón

y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,

impotentemente mansa,

delante de los castigos:

los leones la levantan

y al mismo tiempo castigan

con su clamorosa zarpa.

No soy un de pueblo de bueyes,

que soy de un pueblo que embargan

yacimientos de leones,

desfiladeros de águilas

y cordilleras de toros

con el orgullo en el asta.

Nunca medraron los bueyes

en los páramos de España.

¿Quién habló de echar un yugo

sobre el cuello de esta raza?

¿Quién ha puesto al huracán

jamás ni yugos ni trabas,

ni quién al rayo detuvo

prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,

vascos de piedra blindada,

valencianos de alegría

y castellanos de alma,

labrados como la tierra

y airosos como las alas;

andaluces de relámpagos,

nacidos entre guitarras

y forjados en los yunques

torrenciales de las lágrimas;

extremeños de centeno,

gallegos de lluvia y calma,

catalanes de firmeza,

aragoneses de casta,

murcianos de dinamita

frutalmente propagada,

leoneses, navarros, dueños

del hambre, el sudor y el hacha,

reyes de la minería,

señores de la labranza,

hombres que entre las raíces,

como raíces gallardas,

vais de la vida a la muerte,

vais de la nada a la nada:

yugos os quieren poner

gentes de la hierba mala,

yugos que habéis de dejar

rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes

está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos

de humildad y olor de cuadra;

las águilas, los leones

y los toros de arrogancia,

y detrás de ellos, el cielo

ni se enturbia ni se acaba.

La agonía de los bueyes

tiene pequeña la cara,

la del animal varón

toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera

con la cabeza muy alta.

Muerto y veinte veces muerto,

la boca contra la grama,

tendré apretados los dientes

y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,

que hay ruiseñores que cantan

encima de los fusiles

y en medio de las batallas.

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