OPINIÓN. Sabemos que el Evangelio nos enseña que no hay más grande que el de quien da la vida por sus hermanos. Constatamos también que no existe mayor compromiso en grupo social ni en profesión alguna que el que asumen los militares al jurar bandera hasta dar su vida, si es preciso, por la patria. Y recordamos que desde Alfonso XII tenemos en España la tradición del Rey Soldado.
Si unimos estos tres elementos, comprenderemos que la jura de la Princesa de Asturias el pasado sábado en la Academia General Militar ha sido un acto extraordinario por lo histórico, y ordinario por lo coherente, que merece mucho la pena resaltarlo en la semana que celebramos el Día de la Patria, el Día de la Hispanidad, puesto que todo lo que es trascendente escapa a la imagen recurrimos a los símbolos y a los ejemplos.
La bandera simboliza la nación y la corona simboliza su unidad y su permanencia, como recordó nuestro rey Felipe VI a su hija Leonor durante el acto. Pero, además de con palabras, el Rey predica con el ejemplo, ya que también juró esa bandera y ella es testigo de cómo entrega a España cada uno de los días de su vida. La Princesa tiene fácil aprender el valor de lo difícil y su beso es un ejemplo notabilísimo para los jóvenes de su edad.